jueves, 9 de febrero de 2012

Del amor y de lo público.


Nunca he entendido a los personajes que van arrastrando sus sentimientos más profundos por los platós de televisión, emisoras de radio, redes sociales u otros medios de comunicación. Como nunca he comprendido que alguien grabe el nacimiento de su hijo para luego torturar a sus pretendidas amistades, tras el café de una comida que podría haber sido muy agradable.
Hablo de lo íntimo, del tesoro que uno lleva consigo y que solo lo comparte con aquellos que de verdad merecen la pena, y que a la vez comparten contigo su potosí; la luz de su interior.
Los herméticos (seguidores de Hermes: para los que han estudiado en España durante los últimos 15 años), tienen una máxima que es: "Él que sabe, calla".

Yo me lo apropiaría para los más profundos de nuestros sentimientos: "Él que ama calla". Entiéndase, que calla frente a aquellos que les importa un verdadero bledo tu vida. Alguien me podría decir que me cargaría de un plumazo toda la literatura y poesía, que canta al amor y a los amantes. Eso sería comparar el David de Miguel Ángel, con las pretendidas esculturas que pueblan las rotondas de las carreteras que unen los pueblos del noroeste de Madrid (tremendo).
Estaré anticuado, o no seré progresista (realmente nunca he sabido que significa; como la mayoría de quién lo utiliza habitualmente).

Creo en el amor, en ese amor confidente e íntimo. En el que se traslada a través de las miradas de los enamorados. En el que se grita con los silencios. En el que arropa con una simple caricia. En el susurrado...

Pero no soporto ni me creo ese pretendido amor que se va pintando en los muros, gritando en los mercados, y desparramando por cualquier sitio. Es como desperdiciar semillas portadoras de vida, lanzándolas sobre cemento, o sobre roca estéril. Este amor es superficial, vacío, grosero, fatuo, carnavalero... y si se me permite; súcubo.

"Él que quiera entender que entienda."

2 comentarios:

  1. Creo en tu amor... Destesto ese amor de pancarta, máscara y pandereta... Me uno a ti en mi desprecio a esos patéticos engendros que invaden rotondas con aires cordobeses... El texto a falta de otra palabra mejor, es brillante, magistral!

    ResponderEliminar