martes, 14 de febrero de 2012

Garzón... esa profunda decepción.



Ya hemos visto casos como Garzón. En 1993 Banesto fue intervenido y Mario Conde comenzó en 1994 su calvario, imputado por apropiación indebida y falsedad en documento público; más tarde, en el 2001 la Audiencia Nacional, le imputó también por estafa.
Mario Conde fue un personaje reconocido por todos en la década de los 90 del siglo XX. Recordad que fue nombrado "doctor honoris causa" por la Universidad Complutense, además de ser estudiada su carrera profesional y sus logros en varias escuelas de negocios.
De Garzón tenemos todos muy presente su constante lucha contra ETA, el caso GAL, narcotráfico... De ahí, al escaparate internacional con la orden de arresto contra Augusto Pinochet y las apertura de causas contra la dictaduras chilena y argentina. No se paró, siguió tocando sensibilidades a diversos personajes y entidades, como a Kissinger, por su posible participación en la constitución de las dictaduras iberoamericanas, e intentó desaforar a Silvio Berlusconi, elevando la petición al Consejo de Europa.

Al principio, Garzón me parecía un paladín de la justicia, un luchador, un héroe sin máscara, pero cuando comenzó su trayectoria internacional, algo no me empezó a gustar. Tanto Conde como Garzón, cada uno con sus propias herramientas y maneras, comenzaron a provocar a muchos sectores poderosos.
"Dale a alguien un gorro y una porra y verás". Este dicho lo oía mucho hace años, representando que cualquiera con un poco de poder se puede volver irreconocible y con tendencia a pensar que la justicia y la verdad es propiedad suya. Garzón tenía su propia "gorra y porra", y no tengo duda que hubo un momento en el que ya no pudo diferenciar entre su misión de juez, y su esencia divina. El año pasado, tuve la oportunidad de viajar a Buenos Aires en el mismo vuelo que Garzón, y cuando abrieron las puertas del avión, había un nutrido comité de recibimiento, que le llevó en volandas a través de la aduana y del control policial. En esa época ya estaba imputado;
El Tribunal Supremo ya había admitido a trámite la querella por prevaricación. Se confirmaba su esencia divina, y él no lo podía resistir.

No podemos pedir "nuestra" justicia, cuando nos apetezca, la que nos interesa en cada momento. Hay una sola para todos; buena o mala, con sus deficiencias y contradicciones, pero él no es quién para modificarla o saltársela porque así lo entiende, o se lo dicta su conciencia.
Podéis decir que tenía enemigos importantes, como los tenía Conde... puede, mejor dicho; seguro, pero ambos se trabajaron a pulso y con torpeza divina la inclusión de sus nombres en las listas negras.

Garzón podría haber sido crítico para la derogación de la Ley de Amnistía de 1977, siempre y cuando el total de la sociedad española lo hubiera querido. El Comité de Derechos Humanos de la ONU, estaba por la labor. Su fama y su carisma, le hubieran dado las herramientas necesarias para llevar a cabo esa empresa. Tiró por la calle de enmedio y sesgadamente.

Tres imputaciones. La del caso Santander prescrita, pero confirmada su culpa.

Garzón me ha decepcionado.

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