viernes, 24 de febrero de 2012

A mi abuelo Cayo, y a mi yaya Rosa.




Cuando miro a los recovecos, a las esquinas, a los vértices de los distintos planos; evitando los espacios amplios, recopilo y encuadro algunos sentimientos... sueños escondidos en el falso archivo de mi memoria.
Miro desde la distancia de la infancia. Acaparo el futuro desde el pasado, y lo puedo sentir. Siento los cimientos de esta casa, cada ladrillo, cada laja de pizarra, cada hilo de cobre y la madera que enmarca las ventanas. Soporta el peso de su estructura sobre la tierra que la sustenta, esa tierra que se ha hecho realidad y cierta, construida sobre las palabras de mi abuelo que resuenan y rebotan en mi profunda inconsciencia:
-Nieto, la tierra es lo que perdura. La tierra es la que te sustenta y alimenta a quién la posee.- Me miraba a los ojos con profundidad, con convencimiento, con esa reflexiva experiencia del castellano viejo y abandonado a su suerte, sin una queja; dignificado por su esfuerzo y honestidad.
La tierra poseída, y el hogar construido con el amor entrelazado y confeccionado por la ternura de mi abuela.

-Rosa... el nieto... le malcrías.- Aducía sin ninguna convicción, mi abuelo.
Deslizo mi mano por la pared que conforma la escalera; suavemente. Las irregularidades de la dejadez del extraño, no logra borrar su perfección, su inmaculada concepción, en el pensamiento virgen de una idea, de una representación. Recorro su perímetro limitado por un mapa, por unos metros cuadrados registrados en el catastro, en las escrituras, en el registro de la propiedad, y...¿Cómo puede ser que yo lo perciba como el universo, como los diez universos cuánticos, como un Todo?

Esta casa emite sonidos que se convierten en conversaciones si abres la mente y escuchas, si pones empeño y atención. Crujidos tiernos de cariño, indicando a los suyos, a sus habitantes, que no están solos, manteniendo diálogos maternales si te dejas llevar y contestas, o nanas continuas, si lo que buscas es descansar en su regazo.
Aquí reuniré mi vida, mis objetos más queridos, mis recuerdos y olvidos, mi pasado con sus errores y sus logros, mis ilusiones y visiones. Aquí estaré abierto a los seres que me quieren y me aman. Esta casa es y será la fortaleza de la buena gente, el "piso franco" del respeto y la amistad.
Sé que moriré aquí, lo sé. Despedido entre el amor de aquellos que lo sientan, de los míos, y recibido por los que ya no están. Vendréis a recibirme, estoy seguro que lo haréis. Todos vosotros, a los que un día abracé, lloré, amé, o tan solo recordé; ¿verdad, abuela Rafaela?
Dedícame un espacio, un tiempo, un pedazo de tu esqueleto de piedra. No permitas nunca tu derribo, tu decadencia, tu abandono. Lucharás por tu independencia, que es la de tu raza, la de tu origen... la de mi esfuerzo, la de mi vida entera. Elévate por encima del tiempo y destruye a nuestros enemigos, a todos aquellos que no sean merecedores de nuestra memoria.
Desde Campillo de Ranas.

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